Desde hace varios años aprovechamos el catorce del segundo mes para salir a cenar a un lugar especial donde lo ideal es que se trate de un sitio fresco, nuevo, romántico y con buen menú.
En esta ocasión reservamos el mismo catorce a mediodía. Varias de nuestras opciones estaban completas, así que fuimos probando suerte con los restaurantes que habíamos ido reservando para una ocasión especial. Uno de ellos fue el restaurante Santa Eulalia y tras una llamada telefónica nos advirtieron de que tenían un menú degustación especialmente dedicado para la fecha que prometía.
Llegar al restaurante es sencillo si se sabe dónde está la iglesia de Santa Eulalia, pero no lo es tanto aparcar el coche si no se puede ir andando. Lo más recomendable es entrar por las avenidas, hacia la plaza San Francisco donde hay muchas plazas, aunque pocas disponibles. Nosotros tuvimos suerte y aparcamos en la misma plaza, así que nos separaban sólo dos minutos a pie del lugar.
Llegamos puntuales a las diez y nos detuvimos a contemplar la entrada, perfectamente integrada en las calles del casco antiguo y con un buen trabajo de restauración de la fachada. La superficie acristalada permitía ver el interior, una cafetería, donde varias personas miraban atentamente el partido del sábado.
Subimos los dos escalones que separaban la calle del interior y accedimos a la cafetería donde tras preguntar por nuestra reserva nos acompañaron a la sala inferior donde se servía el menú especial.
La sala parece haber sido excavada en marés, en algún momento debió ser la bodega de una casa señorial y se podían ver las marcas de dos grandes barriles de vino en la pared. La decoración de las mesas era adecuada: doble mantel, dos copas por comensal, cuchillo y tenedor, así como dos platos acompañaban a la botella de vino promocional.
Después de tomar asiento el maitre nos entregó la carta de vinos haciendo las veces de sommelier. La carta es realmente extensa y contiene una cincuentena de variedades que empiezan en los 14€ para las botellas de ¾ de litro y acaban en una buena variedad de cavas de Moët Chandon.
Nos sirvieron una copa de cava Anna Brut Rosé (Codorniu) por cortesía de la casa. Muy agradable, por una parte más cercano a los vinos rosados de aguja que al cava y claro candidato a decepcionar a los más aficionados al espumoso. Por otra parte el resultado fue satisfactorio: refrescante, dulzón y menos amargo de lo habitual, mostraba un remolino de burbujas ascendentes que acababan chispeando en la superficie. No somos grandes aficionados al cava y, aunque lo elegiría para la cesta de la compra, no lo cambiaría por mi tradicional Juvé Camps.
Como el menú estaba cerrado nos decidimos por una botella de Ederra crianza tinto (15€). Es una apuesta segura y no defraudó, sin embargo el servicio no fue tan satisfactorio, ya que nuestro maitre trajo la botella, la descorchó y la dejó sobre la mesa. Pensamos que esperaba a que termináramos la copa de Anna y cuando sucedió nuestras copas de vino seguían vacías, así que yo mismo serví unos 5 decílitros en cada copa.
Ninguna sorpresa en el horizonte, como buen tempranillo de crianza sobresalía el aroma a canela y se apreciaba algo similar a mora. Muy suave en boca y sin sabor a madera es fino (“aterciopelado”, dirían los enólogos) y el retronasal desprende los mismos aromas detectados al principio.
Un cesto de pan recién horneado y un pequeño cuenco de aceite al tomillo abrían una fiesta gastronómica compuesta por 6 platos que se hicieron esperar.
El aperitivo era una gamba rebozada sobre hojas varias, pipas y una suave vinagreta que no se podía calificar de otro modo que de excepcional: una mezcla magistral de marisco con envoltura crujiente y un final ligeramente agrio. Creo que podría haber comido varias docenas de ellas sin sufrir demasiado.
Después de una buena espera, varios cigarrillos y algún panecillo llego el segundo: tosta de cebolla confitada con provolone y brie derretido. Una de las dos tostadas estaba claramente quemada por el lado de la cebolla, aunque el conjunto resultó más que correcto con una buena combinación de dulce y salado finalizada por una clara influencia de orégano.
Tras otra espera, cigarrillo y panecillo llegó el tercero: Taco de foie sobre pan tostado con pasas y nueces salpicado con una salsa de vino blanco. Tengo que decir en este punto que me encanta el foie, pero el trozo que se posaba sobre el pan era excesivamente grande y el hecho de que las pasas estuvieran separadas de la tostada no ayudaba. A pesar de ello, fue muy satisfactorio y los sabores tan distantes se podrían apreciar claramente en la boca.
El cuarto, era un ejemplo magistral de cómo preparar un rissotto envuelto en una lámina de crêpe crujiente con aromas a azafrán y albahaca. Lástima que no sea un gran fan del rissotto, porque pasaría de ser satisfactorio a excelente en ese caso.
El quinto era el que más prometía y me decepcionó: vieiras sobre una lámina de morcilla con puré de guisantes y salsa de vino tinto. No se pude mezclar un sabor tan fuerte como la salsa de vino tinto y la morcilla con algo tan suave como el guisante y la vieira, ya que se acababa saboreando un bocado de morcilla al vino con textura de marisco. Definitivamente, no era lo que esperaba.
El último plato fue el más decepcionante: entrecorte con terrina de patata y pimiento. Se servía medio entrecorte con una pila de patata cortada muy fina y dos capas de piquillo perfectamente cortados. Un conjunto demasiado crudo acompañando un pedazo de tendón, perdón, de carne de ternera preparada arbitrariamente poco hecha. Era realmente complicado cortar la carne por no mencionar lo difícil que resultó masticarla y tragarla, así que nos dejamos la mitad cada uno. Definitivamente mal.
El postre consiguió el notable rascado para la cena: plátano rebozado en canela sobre sopa de chocolate blanco y acompañado por varias bayas. Las bayas rompían el equilibrio del plato por ser excesivamente ácidas y amargas, así que las apartamos en el primer momento para conseguir que el resto resultara en una armonía de chocolate, canela y plátano que se conjugaban perfectamente para entregar un sabor y aroma suave y no empalagoso.
El café solo cerró la cena. Bien: el azúcar se posó sobre la espuma y luego cayó lentamente hacia el fondo. Tres sorbos de placer negro como no podía ser de otra manera.
En definitiva, un menú degustación de satisfacción decreciente en un ambiente excelente y un servicio de calidad media para los 85€ que costó. A pesar de todo los beneficios superaron a las inconveniencias por lo que no sólo pienso recomendarlo, sino que pienso repetir para probar la carta. Eso sí, un día menos ajetreado dando la opción al cocinero de lucirse.